Questo è Essère Napolitano

Existe una Napoli desmesuradamente popularizada: camorra, pizza y poco más. Y otra Napoli -injustamente escondida- con una historia riquísima que nos muestra que hay vida más allá de los epicentros del turismo itálico: léase Roma, Firenze, Venezzia… Encontramos en ella autenticidad, huellas de otro tiempo y la gentileza de la gente de su presente.

 

Parece una metáfora que tenga la fabulosa idea de comenzar a descubrir Napoli bajo tierra, viajando así a los orígenes de Neapoli. Y una paradoja que el guía que parla proprio romano, confiese auténtica admiración hacia su ciudad “de acogida”.

 

La prueba palpable de su vocación hospitalaria es que todos han encontrado su lugar aquí: los griegos aprovecharon el tufo extraído del subsuelo para construir su fortaleza, los romanos okuparon su superficie, los soldados prófugos de la 2ª Guerra mundial y la misma población civil hallaron en sus entrañas el refugio idóneo. También las “sorelitas” de Santa Patrizia convirtieron sus profundidades en una bodega excelente para producir el tufelo, vino famoso por los efectos propiciatorios de la fertilidad femenina.

Cuentan que Nerón, armado de su lira, confundió los rumores del Vesubio con los vítores de la clá que suponía entregada a sus “balidos de Assurancentourix, todo es posible en Napoli.

 

¿Y sabéis debajo de qué duerme “la señora Carmela”? Franceso, el guía “llegado del imperio” tira de la trampilla y ante nosotros se abre “il corridorio” que conduce al mismísimo teatro romano, testigo de los citados desvaríos del emperador pazzo. Ver para creer: las casas de hoy encuentran sus cimientos en el teatro del ayer.

 

Me sobrecojo ante la inverosímil veracidad del Cristo Velato, ¿acaso no es un finado verdadero? Los admiradores de Bernini, ¿saben quién era Giuseppe Sanmartino? ¡¡¡IMPRESCINDIBLE!!!

Sobrecogedora me parece también la belleza del pizzero de la via Tribunali, sí, lo sé, hay muchos, pero ninguno cómo este luce tatoo y pendientito mientras saca la pizza del horno, y me mira con cara de malote, dando rienda suelta a mis fantasías favoritas. ¡Ummm.....! He de decir que es la mejor pizza que he comido en todo mi periplo italiano: ¡ahí es na´!

 

Y luego está el kaos en su máxima expresión, con los motorinos sin casco –duchos “esquivadores” de peatones por la acera-, en la basurilla que campa a sus anchas, en el deporte de riesgo que supone cruzar la calle. Sin embargo, también sorprende la amabilidad de un transeúnte empeñado en acompañarme a la pastelería dónde puedo degustar la mejor sfogliatella de toda la ciudad, de unas birras a precio razonable -¿verdaderamente esto es Italia?-, de la sensación “vive cómo quieras”. Y aquí llega el sentido guachi de la acracia reinante: la posibilidad de “hacer” a tu gusto. Todo un lujo. ¡Y qué viva la subversión! Esto es ser napolitano.

 

Al Castell dell´Ovo le conozco “de antes”, no sé, esa cosa rara de sentir que ya estuviste… quizá sólo sea que me recuerda a mi idolatrada Ibiza.

Un detalle, una de las mejores amigas que he encontrado en mi “campamento base” romano se llama Flavia, adora la pizza, los tatoos, luce cabellera roja, y por supuesto, es napolitana, con eso te digo todo.